Texto 1: extraído
de “Historia del Arte” Ernst. H. Gombrich
El gran despertar
del arte a la libertad tuvo lugar en los cien años, aproximadamente,
que van de 520 a.C. a 420 a.C. Hacia finales del siglo V los artistas
han adquirido plena conciencia de su poder y maestría, de los que su
público se hizo eco. Aunque los artistas aún eran considerados
artesanos y, tal vez, desdeñados por los esnobs, un número
creciente de personas comenzaban a interesarse en las obras por sí
mismas, y no por sus funciones religiosas o políticas. La gente
discutía los méritos de las diferentes escuelas artísticas, esto
es, de los diversos métodos, estilos y tradiciones que distinguían
a los maestros de cada ciudad. No hay duda alguna de que ja
comparación y la competencia entre esas escuelas estimulaban a los
artistas] a esfuerzos cada vez mayores, ayudándoles a forjar la
variación que admiramos en el arte griego.
El gran artista de
aquel siglo, Praxíteles, fue famoso sobre todo por el encanto de su
obra y por el carácter amable y sugestivo de sus creaciones! ¡Su
obra más celebrada, cuyo elogio cantaron
muchos poemas,
representa a la diosa del amor, la joven Afrodita, entrando en el
baño; pero esta obra desapareció. Muchos creen que una obra
encontrada en Olimpia en el siglo XIX es una obra original de su
mano. Pero no estamos seguros ya que quizá sólo sea una buena copia
en mármol de una estatua de bronce. [Representa al dios Hermes
sosteniendo a Dionisos niño en su brazo y jugando con él.
En la obra de
Praxíteles ha desaparecido toda huella de rigidez. El dios se halla
ante nosotros en una posura relajada que en nada ofende su dignidad.
Pero si reparamos en cómo consiguió Praxíteles este efecto,
advertimos que ni siquiera entonces había sido olvidada la lección
del arte antiguo.
También (Praxíteles
procuró mostrarnos los goznes, las junturas del cuerpo,poniéndolos
de manifiesto con tanta claridad y precisión como le fue posible.
Pero ahora pudo
realizar todo esto sin que resultara rígida y envarada su escultura;
pudo mostrar los músculos y los huesos dilatándose y moviéndose
bajo la piel suave, y pudo dar la impresión de un cuerpo vivo en
toda su gracia y belleza. Sin embargo, es necesario darse cuenta de
que Praxíteles y otros artistas griegos llegaron a esta belleza
merced al conocimiento. No existe ningún cuerpo vivo tan simétrico,
tan bien construido y bello como los de las estatuas griegas.
Se cree con
frecuencia que lo que hacían los artistas era contemplar muchos
modelos y eliminar los aspectos que no les gustaban; que partían de
una cuidada reproducción de un hombre real y que lo iban
hermoseando, omitiendo toda irregularidad o todo rasgo que no se
conformara con su idea de un cuerpo perfecto. Hay quien dice que los
artistas griegos idealizaban la naturaleza a la manera con que un
fotógrafo retoca un retrato eliminando de él los pequeños
defectos. Pero una fotografía retocada y una estatua idealizada
generalmente carecen de vigor y de carácter. Cuanto más se ha
eliminado y borrado, más pálido e insípido fantasma del modelo es
lo que queda. El punto de vista griego era precisamente el contrario.
A lo largo de todos esos siglos, los artistas de que hemos tratado se
ocupaban en infundir más y más vida al antiguo caparazón.
En la época de
Praxíteles, su método cosechó los frutos más sazonados. Las
antiguas tipologías empezaron a moverse y a respirar bajo las manos
del hábil escultor, irguiéndose ante nosotros como seres humanos
reales, pertenecientes a un mundo distinto y mejor. Son, en efecto,
seres que pertenecen a un mundo distinto, no porque los griegos
fueran más sanos y más bellos que los otros hombres — no hay
razón alguna para creer tal cosa— , sino porque (el arte en aquel
momento había
alcanzado un punto en el que lo modélico y lo individual se
mantenían en un
nuevo y delicado equilibrio.
Texto 2 extraído de
Ernst. H. Gombrich.
Muchas de las más
famosas obras del arte clásico que fueron admiradas en épocas
posteriores como representativas de los tipos humanos más perfectos
son copias o variantes de estatuas creadas en ese período, a
mediados del siglo IV a.C.
El Apolo de
Belvedere muestra el modelo ideal de un cuerpo de hombre, tal como se
presenta ante nosotros en su impresionante actitud, sosteniendo el
arco con el brazo extendido y la cabeza vuelta hacia un lado como si
siguiera con la mirada la flecha disparada, no se nos hace difícil
reconocer el ligero eco del esquema antiguo en el que a cada parte
del cuerpo se le daba su apariencia más característica. Entre las
famosas estauas clásicas de Venus, la de Milo (llama da así por
haber sido hallada en la isla de Melos) tal vez sea la más conocida.
Probablemente perteneció a un grupo de Venus y Cupido realizado en
un período algo posterior, pero en el cual se utilizaban los
recursos y procedimientos de Praxíteles. Esta escultura también fue
proyectada para ser vista de lado (Venus extendía sus brazos hacia
Cupido), y nuevamente podemos admirar la claridad y sencillez con que
el artista modeló el hermoso cuerpo, su manera de señalar cada una
de sus divisiones más importanes sin incurrir en vaguedad ni en
dureza.
Naturalmente, este
método de crear belleza comenzando por una configuración
esquemática y general a la que se vivificaría paulatinamente hasta
que la superficie del mármol pareciera respirar,
tuvo un
inconveniente.
Era posible crear de
este modo tipos humanos convincentes, pero ¿conduciría siempre a la
representación de verdaderos seres humanos individuales? Por extraño
que nos pueda parecer, la idea del retrato, en el sentido en que
nosotros empleamos esta palabra, no se les ocurrió a los griegos
hasta una época tardía, en el siglo IV a.C. Ciertamente, oímos
hablar de retratos realizados en tiempos anteriores, pero esas
estatuas no tuvieron, probablemente, gran semejanza referencial.
Un retrato de un
general fue poco más que la representación de un apuesto militar
con yelmo y bastón de mando. El artista no reprodujo nunca la forma
de su nariz, las arrugas de su frente o su expresión personal. Es un
extraño hecho, del que no nos hemos ocupado bastante todavía, este
de que los artistas griegos — en las obras suyas que conocemos—
hayan esquivado conferir a los rostros una expresión determinada. En
verdad, esto es mucho más sorprendente de lo que parece a primera
vista, puesto que difícilmente garabatearemos nosotros una simple
cara en un trozo de papel sin darle alguna expresión acusada
(cómica, por lo general).!Las estatuas griegas, claro está, no son
inexpresivas en el sentido de parecer estúpidas y vacuas, pero sus
rostros no parecen traducir nunca ningún sentimiento determinado. El
cuerpo y sus movimientos eran utilizados por estos maestros para
expresar lo que Sócrates había denominado «los movimientos del
alma», ya que percibían que el juego de las facciones
contorsionaría y destruiría la sencilla regularidad de la cabeza.
En la generación
posterior a Praxíteles, hacia la terminación del siglo IV a.C.,
esta restricción fue desapareciendo gradualmente y los artistas
descubrieron maneras de animar las facciones sin destruir la belleza/
Más aún, aprendieron a captar los movimientos del alma individual,
el carácter particular de la fisonomía, y a practicar el retrato en
nuestro sentido actual del término. En la época de Alejandro Magno,
la gente comenzó a discutir acerca de este nuevo género. Un
escritor de aquel período, satirizando las irritantes costumbres de
los aduladores, dice que éstos prorrumpían siempre en ruidosos
elogios del gran parecido del retrato de su protector.' Alejandro
mismo prefirió ser retratado por el escultor de su corte, Lisipo, el
artista más famoso de la época, cuya fidelidad al natural asombraba
a sus contemporáneos. Se cree que el retrato de Alejandro ha llegado
hasta nosotros por medio de una copia, y en él podemos apreciar
cuánto ha variado el arte desde la época del Auriga de Delfos, e
incluso desde la de Praxíteles, que tan sólo pertenecía a una
generación anterior.
Claro está que para
juzgar todos los retratos antiguos tenemos el inconveniente de que no
podemos dictaminar acerca de su parecido, mucho menor, desde luego,
que el que afirmaban los aduladores del relato. Tal vez si pudiéramos
ver una instantánea de Alejandro Magno, encontraríamos a éste
completamente distinto y sin el menor parecido a como nos lo muestra
su busto. Podemos hallar que la figura de Lisipo se parece mucho más
a un dios que al verdadero conquistador de Asia. Pero también
podemos decir: un hombre como Alejandro, un espíritu inquieto,
inmensamente dotado, pero quizá echado a perder por sus triunfos,
pudo muy bien parecerse a este busto, con sus cejas levantadas y su
expresión enérgica.
El imperio fundado
por Alejandro fue un acontecimiento de enorme importancia para el
arte griego, pues hizo que se desarrollara en extensión, pasando de
ser algo confinad o a unas cuantas ciudades pequeñas al lenguaje
plástico de casi medio mundo. Este cambio afectó al carácter del
último período artístico griego, al que generalmente nos referimos
con el nombre de arte helenístico, de acuerdo con la denominación
que se da de ordinario a los imperios fundados por los sucesores de
Alejandro en territorio oriental.
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