miércoles, 1 de agosto de 2018

Textos: escultura griega. Trabajados en clase

Texto 1: extraído de “Historia del Arte” Ernst. H. Gombrich

El gran despertar del arte a la libertad tuvo lugar en los cien años, aproximadamente, que van de 520 a.C. a 420 a.C. Hacia finales del siglo V los artistas han adquirido plena conciencia de su poder y maestría, de los que su público se hizo eco. Aunque los artistas aún eran considerados artesanos y, tal vez, desdeñados por los esnobs, un número creciente de personas comenzaban a interesarse en las obras por sí mismas, y no por sus funciones religiosas o políticas. La gente discutía los méritos de las diferentes escuelas artísticas, esto es, de los diversos métodos, estilos y tradiciones que distinguían a los maestros de cada ciudad. No hay duda alguna de que ja comparación y la competencia entre esas escuelas estimulaban a los artistas] a esfuerzos cada vez mayores, ayudándoles a forjar la variación que admiramos en el arte griego.

El gran artista de aquel siglo, Praxíteles, fue famoso sobre todo por el encanto de su obra y por el carácter amable y sugestivo de sus creaciones! ¡Su obra más celebrada, cuyo elogio cantaron
muchos poemas, representa a la diosa del amor, la joven Afrodita, entrando en el baño; pero esta obra desapareció. Muchos creen que una obra encontrada en Olimpia en el siglo XIX es una obra original de su mano. Pero no estamos seguros ya que quizá sólo sea una buena copia en mármol de una estatua de bronce. [Representa al dios Hermes sosteniendo a Dionisos niño en su brazo y jugando con él.

En la obra de Praxíteles ha desaparecido toda huella de rigidez. El dios se halla ante nosotros en una posura relajada que en nada ofende su dignidad. Pero si reparamos en cómo consiguió Praxíteles este efecto, advertimos que ni siquiera entonces había sido olvidada la lección del arte antiguo.

También (Praxíteles procuró mostrarnos los goznes, las junturas del cuerpo,poniéndolos de manifiesto con tanta claridad y precisión como le fue posible.

Pero ahora pudo realizar todo esto sin que resultara rígida y envarada su escultura; pudo mostrar los músculos y los huesos dilatándose y moviéndose bajo la piel suave, y pudo dar la impresión de un cuerpo vivo en toda su gracia y belleza. Sin embargo, es necesario darse cuenta de que Praxíteles y otros artistas griegos llegaron a esta belleza merced al conocimiento. No existe ningún cuerpo vivo tan simétrico, tan bien construido y bello como los de las estatuas griegas.

Se cree con frecuencia que lo que hacían los artistas era contemplar muchos modelos y eliminar los aspectos que no les gustaban; que partían de una cuidada reproducción de un hombre real y que lo iban hermoseando, omitiendo toda irregularidad o todo rasgo que no se conformara con su idea de un cuerpo perfecto. Hay quien dice que los artistas griegos idealizaban la naturaleza a la manera con que un fotógrafo retoca un retrato eliminando de él los pequeños defectos. Pero una fotografía retocada y una estatua idealizada generalmente carecen de vigor y de carácter. Cuanto más se ha eliminado y borrado, más pálido e insípido fantasma del modelo es lo que queda. El punto de vista griego era precisamente el contrario. A lo largo de todos esos siglos, los artistas de que hemos tratado se ocupaban en infundir más y más vida al antiguo caparazón.

En la época de Praxíteles, su método cosechó los frutos más sazonados. Las antiguas tipologías empezaron a moverse y a respirar bajo las manos del hábil escultor, irguiéndose ante nosotros como seres humanos reales, pertenecientes a un mundo distinto y mejor. Son, en efecto, seres que pertenecen a un mundo distinto, no porque los griegos fueran más sanos y más bellos que los otros hombres — no hay razón alguna para creer tal cosa— , sino porque (el arte en aquel
momento había alcanzado un punto en el que lo modélico y lo individual se

mantenían en un nuevo y delicado equilibrio.

Texto 2 extraído de Ernst. H. Gombrich.

Muchas de las más famosas obras del arte clásico que fueron admiradas en épocas posteriores como representativas de los tipos humanos más perfectos son copias o variantes de estatuas creadas en ese período, a mediados del siglo IV a.C.
El Apolo de Belvedere muestra el modelo ideal de un cuerpo de hombre, tal como se presenta ante nosotros en su impresionante actitud, sosteniendo el arco con el brazo extendido y la cabeza vuelta hacia un lado como si siguiera con la mirada la flecha disparada, no se nos hace difícil reconocer el ligero eco del esquema antiguo en el que a cada parte del cuerpo se le daba su apariencia más característica. Entre las famosas estauas clásicas de Venus, la de Milo (llama da así por haber sido hallada en la isla de Melos) tal vez sea la más conocida. Probablemente perteneció a un grupo de Venus y Cupido realizado en un período algo posterior, pero en el cual se utilizaban los recursos y procedimientos de Praxíteles. Esta escultura también fue proyectada para ser vista de lado (Venus extendía sus brazos hacia Cupido), y nuevamente podemos admirar la claridad y sencillez con que el artista modeló el hermoso cuerpo, su manera de señalar cada una de sus divisiones más importanes sin incurrir en vaguedad ni en dureza.

Naturalmente, este método de crear belleza comenzando por una configuración esquemática y general a la que se vivificaría paulatinamente hasta que la superficie del mármol pareciera respirar,
tuvo un inconveniente.

Era posible crear de este modo tipos humanos convincentes, pero ¿conduciría siempre a la representación de verdaderos seres humanos individuales? Por extraño que nos pueda parecer, la idea del retrato, en el sentido en que nosotros empleamos esta palabra, no se les ocurrió a los griegos hasta una época tardía, en el siglo IV a.C. Ciertamente, oímos hablar de retratos realizados en tiempos anteriores, pero esas estatuas no tuvieron, probablemente, gran semejanza referencial.

Un retrato de un general fue poco más que la representación de un apuesto militar con yelmo y bastón de mando. El artista no reprodujo nunca la forma de su nariz, las arrugas de su frente o su expresión personal. Es un extraño hecho, del que no nos hemos ocupado bastante todavía, este de que los artistas griegos — en las obras suyas que conocemos— hayan esquivado conferir a los rostros una expresión determinada. En verdad, esto es mucho más sorprendente de lo que parece a primera vista, puesto que difícilmente garabatearemos nosotros una simple cara en un trozo de papel sin darle alguna expresión acusada (cómica, por lo general).!Las estatuas griegas, claro está, no son inexpresivas en el sentido de parecer estúpidas y vacuas, pero sus rostros no parecen traducir nunca ningún sentimiento determinado. El cuerpo y sus movimientos eran utilizados por estos maestros para expresar lo que Sócrates había denominado «los movimientos del alma», ya que percibían que el juego de las facciones contorsionaría y destruiría la sencilla regularidad de la cabeza.

En la generación posterior a Praxíteles, hacia la terminación del siglo IV a.C., esta restricción fue desapareciendo gradualmente y los artistas descubrieron maneras de animar las facciones sin destruir la belleza/ Más aún, aprendieron a captar los movimientos del alma individual, el carácter particular de la fisonomía, y a practicar el retrato en nuestro sentido actual del término. En la época de Alejandro Magno, la gente comenzó a discutir acerca de este nuevo género. Un escritor de aquel período, satirizando las irritantes costumbres de los aduladores, dice que éstos prorrumpían siempre en ruidosos elogios del gran parecido del retrato de su protector.' Alejandro mismo prefirió ser retratado por el escultor de su corte, Lisipo, el artista más famoso de la época, cuya fidelidad al natural asombraba a sus contemporáneos. Se cree que el retrato de Alejandro ha llegado hasta nosotros por medio de una copia, y en él podemos apreciar cuánto ha variado el arte desde la época del Auriga de Delfos, e incluso desde la de Praxíteles, que tan sólo pertenecía a una generación anterior.
Claro está que para juzgar todos los retratos antiguos tenemos el inconveniente de que no podemos dictaminar acerca de su parecido, mucho menor, desde luego, que el que afirmaban los aduladores del relato. Tal vez si pudiéramos ver una instantánea de Alejandro Magno, encontraríamos a éste completamente distinto y sin el menor parecido a como nos lo muestra su busto. Podemos hallar que la figura de Lisipo se parece mucho más a un dios que al verdadero conquistador de Asia. Pero también podemos decir: un hombre como Alejandro, un espíritu inquieto, inmensamente dotado, pero quizá echado a perder por sus triunfos, pudo muy bien parecerse a este busto, con sus cejas levantadas y su expresión enérgica.

El imperio fundado por Alejandro fue un acontecimiento de enorme importancia para el arte griego, pues hizo que se desarrollara en extensión, pasando de ser algo confinad o a unas cuantas ciudades pequeñas al lenguaje plástico de casi medio mundo. Este cambio afectó al carácter del último período artístico griego, al que generalmente nos referimos con el nombre de arte helenístico, de acuerdo con la denominación que se da de ordinario a los imperios fundados por los sucesores de Alejandro en territorio oriental.



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